Un tríptico de colores
Luis B. Lluch Garín
Publicado en el Diario “Las Provincias” el 6 de enero de 1963
I. ORO Y GRIS
Oro y gris son los colores predominantes en el paisaje del calvario y Ermita de Bétera, dedicada a la Divina Pastora. Ya a la entrada del calvario el sol talla una archivolta de fuego en el triple arco de la puerta y luego enciende todas y cada una de las piñas de piedra que sirven de remate a los tejadillos de los edículos. Yo diría, al ver inflamados por el sol los chapiteles del calvario, que es un nuevo Pentecostés con sus lenguas de fuego. Hay un camino que circunda el calvario, y el sol se refleja también en los retablos numerosos de la tapia. Este camino es un adarve de ronda en esta explanada convertida en plaza de armas de un inmenso castillo espiritual, y un paseo recto y largo -más de cien metros- la cruza hasta morir a los pies de la Ermita, en un rotonda que tiene como centro una peana de escalones de ladrillo y una cruz de madera del año 1893 con gallo y un cáliz tallados bajo el INRI. Los cipreses que rodean la plazoleta tienen sus puntas encendidas con reflejos de oro, como también los pinos jóvenes y los romeros que crecen en los macizos de la explanada; y, en cambio, en los muretes de piedra que los delimitan y encuadran, el pintor de la naturaleza ha volcado como contraste una gama delicada de tonos grises.
Son tantos los retablos, que ellos forman un santoral completo y variado. Retablos a la derecha: San Miguel, Purísima, Virgen de los Dolores y del Divino Poder, San Luis Gonzaga, Santa Teresa de Jesús, San Roque, Santa María Magdalena, Sagrada Familia, San Antonio de Padua, San Cristóbal, Santísima Trinidad, San Juan Bautista, Santa Elena y San Antonio Abad. Y a la izquierda, siguiendo la vuelta de circunvalación, San Agustín, Virgen del Milagro, los Santos de la Piedra, San Rafael, San Blas, San José,
Virgen de las Mercedes, del Carmen, del Pilar, del Rosario, Santa Catalina, San Ramón Nonato, Santa Rita, Santa Ana y San Lorenzo. Todo ello, amén de los edículos de los Dolores y Gozos de la Virgen, al Vía Crucis, y uno de escarzano a la patrona de Valencia.
La Ermita tiene una fachada que recuerda la de un castillo infantil, y en el porche, con tres arcos de medio punto, hay dos azulejos enmarcados por un fajón de yeso. En uno de ellos se lee: “Santa Justa y Rufina –Dos mártires veneradas- Que Dios las puso en la tierra –Para salvarnos el alma –A expensas de la familia Patrón de Valencia –Santo milagroso –Y de mucha elocuencia -. A expensas de la familia Aguilella de Bétera.”
Sobre la imposta del atrio encalado se alza el resto de la fachada, que es almohadillada con una cornisa de escalones que arranca de los chapiteles en las esquinas, y remata en lo alto una espadaña del mismo estilo, con campana, veleta y cruz de hierro. En el centro de la fachada hay un óculo despiezado, y bajo él se abre un nicho con bóveda de cascarón entre dos columnitas de orden corintio. Resguarda el nicho una marquesina de arco lobulado, y dentro del nicho, un pintor ha imitado, con vivos colores, la barandilla de hiero de un balcón que da a un paisaje de montes oscuros y cielo nuboso. Debajo campea el anagrama L.D.P. en una cartela.
La Ermita es de estilo neoclásico y de orden jónico, pero en su decorado llama la atención la pintura en escorzo que hay sobre la bóveda del presbiterio: es una pintura de mármoles rojos y acanalados con camillas, capiteles jónicos y cornisamento con friso de dibujos barrocos y una moldura denticulada. Todo ello parece tan real que es casi preciso tocarlo para convencerse de que sólo es pintura y no talla.
La Ermita tiene varios altares laterales abiertos bajo arcos de formalete con enjutas de relieve y dovela clave pintada. Los altares están dedicados a San Antonio, Al Santísimo Cristo de la Protección de la Villa de Bétera, con profusión de exvotos, a la Virgen del Carmen, a la del Perpetuo Socorro, y San Isidro Labrador, que está sobre un anda, rezando de hinojos, mientras a su lado pacen inmóviles dos bueyes diminutos.
El retablo del altar mayor es fastuoso: columnas con capiteles corintios y frontón rectangular con cornisamento completo, todo policromado; y sobre él, un sol de talla con múltiples rayos de fuego. La mesa del altar está cubierta con ricos manteles, candelabros, sacras, crucifijo y lámparas doradas; y tras el cristal del nicho, y muy iluminada, contemplamos la imagen de la Divina Pastora con su cayado y sombrero de paja, sentada bajo un árbol enano. El Niño Jesús da de comer a un borreguito, y un capuchino, arrodillado a los pies de la Virgen, permanece en éxtasis admirando el rostro bello de la Pastora.
Por los cristales de colores de un rosetón entra un dardo de sol cuarteando. En el pavimento se refleja un vivo arco iris, y bajo el coro que ocupa los pies de la Ermita hay una leyenda que dice: “Se pintó y doró en el año 1884.”